ESTA OBRA ES FALSA

ESTA OBRA ES FALSA

Entrevista publicada en la Revista Be Cult. Por Claribel Terré Morell

Llevado por un estado de ansiedad y depresión debido a la escasa apreciación de mi obra, decidí, un fatídico día, vengarme de los críticos y expertos en arte haciendo algo que el mundo nunca había visto”, así explicó el mayor y mejor falsificador de obras de artes, el holandés Han van Meegeren,(1889-1947) sus inicios en los que hoy sigue siendo un buen negocio: la falsificación  y venta de obras de arte.Pocos son los que en el mundo del arte se animan a hablar de falsificaciones y mucho menos de la industria de la falsa procedencia, tan grande como la falsificación de obras.

 

Las razones son varias. A los artistas les preocupa que se conozca que son objeto de ellas, pues esto afecta el precio de sus obras y el interés de los coleccionistas a adquirirlas. Para el coleccionista engañado, su colección pierde valor no importa que el resto no sea falsa. Galeristas, curadores, marchand, peritos y abogados aducen otras, en las que se juegan, sobre todo el prestigio sin hablar de las sumas de dinero.

 

Son pocos  los grandes falsificadores de arte cuyos nombres se conocen, aunque cada país tiene los suyos. Sus identidades, se manejan la mayoría de las veces entre el chisme y el misterio de donde nacen las historias, algunas desopilantes.

 

Untitled (Orange, red and Blue), una obra atribuida a Rothko fue falsificada por el pintor chino Pei-Shen Quian y comprada por un coleccionista que pagó 7.2 millones de dólares.

 

“Sé que todo el mundo habla de falsificadores que hacen todo tipo de cosas complicadas con químicos y qué sé yo. Yo no tengo esa paciencia. Compro mis suministros en Walmart o Woolworth, unas tiendas de bajo costo, y termino todo en una hora, máximo dos. Si no logro terminar algo para cuando termine una película en la televisión, me doy por vencido”, contó varias veces el estadounidense, Mark Landis, considerado un coleccionista excéntrico, quién durante más de una década, donó obras de arte falsas a más de 40 museos y galerías en Estados Unidos. En el 2012, el Museo de Arte de Cincinnati montó una exposición con las falsificaciones de Landis que se inauguró, a propósito, el 1 de abril, el Día de los Inocentes en ese país.

 

La historia del arte está plagada de falsificaciones, buenas y malas, y de nombres como el de Elmyr de Hory, Tony Tetro, Wolfgang y Helene Beltracchi, la familia Greenhalgh, entre muchos otros. Incluso, Picasso se autopercibía como un falsificador cada vez que veía una obra suya que no le gustaba y se negaba a autenticar diciendo: “Es que yo, a veces, también pinto picassos falsos”.

Si bien la mayoría de las historias que hoy leemos o podemos ver en películas y series de TV, suceden en Europa o Estados Unidos, en América Latina abundan las anécdotas que involucran a propios y ajenos, todas atravesadas por la pasión, el amor al arte, a la verdad y también al dinero.

 

En Argentina es conocida la historia de cuando Antonio Berni entró a una galería porteña y descubrió que las obras que llevaban su firma eran falsas. Dicen que las descolgó y se las llevó consigo. Berni es uno de los artistas más falsificados. En la oficina de Interpol hay un cuadro con un certificado de autenticidad supuestamente firmado por su hija. A la obra burda, para enmarcarla, le cortaron la cabeza y le inventaron un nombre.

En México, el artista Gabriel de la Mora hizo en el año 2011  una exposición que se llamó “Originalmente falso”. Rescató y compró obras en el mercado negro del arte, según él “con pedrigrí”, atribuidas a Frida Kalho, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Leonora Carrington, entre otras y las sometió a diversas intervenciones hasta convertirlas en una obra original. Buena parte de estas fueron vendidas.

 

Picasso falsificado por el húngaro Elmyr de Hory.

 

De las falsificaciones no se salvan ni los presidentes. Uno de los últimos casos conocido en Latinoamérica es el del expresidente, Sebastian Piñera en Chile, en cuyo despacho del Palacio de la Moneda estuvo colgado un cuadro atribuido al destacado pintor Roberto Matta. La obra propiedad de un importante coleccionista de arte fue declarada falsa por el hijo del pintor. Cierto o no, fue descolgada de su lugar.

 

En el mundo las falsificaciones de obras clásicas se vuelven cada vez más complicadas. A la vez, aumenta la tendencia al fraude de obras de creadores contemporáneos, demandados en el mercado del arte. Las nuevas tecnologías permiten reproducir obras de arte con una mayor calidad y semejanza a las originales, lo que ayuda a los falsificadores a hacerlas pasar por auténticas.

 

El galerista inglés, Philip Mould, una de las figuras más conocidas en el mundo del arte por sus investigaciones y su programa de la BBC ¿Fake or Fortune?, es uno de los que piensa que gracias a la ciencia moderna y la tecnología, las decisiones sobre la autenticidad o falsedad de una obra pueden cambiar en el futuro.

Para algunos el código QR y la tecnología Blockchain (escribanía digital) es una buena opción. Esta permite observar desde un smartphone  la ficha técnica de la obra de arte y los peritos que la avalan. Quien lo tenga podrá mostrarlos como documentación cuando quiera y a quien quiera desde su teléfono.

 

Otros, son menos entusiastas.

Se dice que entre 30% al 40% de las obras de arte que se comercializan son falsas o mal atribuidas. En la actualidad abundan los expertos en arte. Entre ellos hay historiadores, periodistas, críticos, galeristas y los peritos, especialistas en diversas ramas, lo que no garantiza siempre, que aún con buenas intenciones, puedan hacer un buen trabajo.

Las pruebas forenses siguen siendo la mejor manera de estar seguros de que una obra es legítima sin embargo el falsificador Eric Hebborn pudo pasarlas con éxito.  En su autobiografía, Drawn to Trouble, publicada en 1991,recordó que la mayoría de sus dibujos fueron reconocidos como auténticos por los más grandes expertos. En otros de sus libros, The Art Forger’s Handbook, contó como lo hacía. En Eric Hebborn: Portrait Of A Master Forger ,el documental que sobre él hizo la BBC, retomó ambos temas.

 

“La odalisca”, supuestamente pintada por el ruso Boris Kustódiev en 1919, vendida en el año 2005 por 2,9 millones de dólares, resultó ser una obra falsa. Se desconoce el nombre del falsificador.

 

Hebborn quien murió asesinado en 1996, reconoció que durante 30 años, vendió  cerca de 1000 dibujos y unos 100 óleos, obras falsificadas de maestros como Van Dyck o Brueghel como patrimonio histórico, que vio exhibidos en lugares como el British Museum, la National Gallery de Wasington y la de Canadá, el Museo Real de Copenhague y la Pierpont Morgan Gallery de Nueva York.

 

Su amistad con Anthony Blunt, uno de los mejores especialistas del mundo en pintura y arquitectura francesa, asesor en arte de la reina Isabel de Inglaterra y espía al servicio de la Unión Soviética, fue determinante en su éxito. “Una obra artística, en sí misma, nunca puede ser una falsificación. Lo que se puede falsificar son las certificaciones de que la obra ha sido realizada por un artista concreto, y, en ese trabajo de falsificación, los galeristas son expertos”, señaló.

Condenado en 1999 por lo que Scotland Yard denominó el mayor fraude artístico del siglo XX, en la actualidad, John Myatt, pinta “falsificaciones genuinas”. Quien  engañó a famosas casas de subasta como Sotheby’s y Christie’s y a numerosos marchantes en todo el mundo al ofrecerle cuadros de Picasso, Monet, Matisse,  y Giacometti, entre otros, pintados por él, hoy desde su página de internet anuncia “Usted puede tener un Myatt”.  Myatt, también burló los archivos de la Tate Gallery  en Londres y el Victoria Albert Museum y alteró los documentos para justificar la autenticidad de las piezas que vendía junto a sus socios en la estafa.

 

La validez de los certificados de autenticidad de la obra es uno de los problemas más graves que se suceden y una de las preocupaciones de muchos de los artistas falsificados.

 

Uno de los escándalos más sonado al respecto tuvo lugar en Estados Unidos, donde The Andy Warhol Foundation se vio envuelta en procesos millonarios y tuvo que cerrar su actividad como empresa de referencia en la autentificación de obras de arte.

Para garantizar la transparencia algunos artistas suelen otorgar sus propios certificados de autenticidad, en forma exclusiva y a nivel mundial, tal es el caso de las obras de Julio Le Parc, por solo mencionar uno conocido.

 

Luciano Delgado Tercero en su libro “El peritaje de la obra de arte”, define los tres métodos clásicos que garantizan excelencia: documentación de la pieza, a través de catálogos razonados, manuales, etiquetas o sellos en el reverso; estudios científicos y técnicos en los que incluye materiales, radiografía, fotografía digital infrarroja, ultravioleta  y la opinión de los expertos. Otro libro de consulta interesante, también escrito por un abogado, es, “La puerta de Banksy (a propósito del error en la compraventa de obras de arte)”, del argentino, Juan Javier Negri, que le mereciera el reconocido Premio Rodrigo Uría Meruéndano de Derecho del Arte.

En los últimos tiempos, entre las múltiples definiciones que atraviesa el arte contemporáneo y la falsificación de arte como parte y, a propósito, del crecimiento del número de coleccionista con o sin experiencia, se habla del “hamparte”, un término creado por el artista plástico, crítico de arte y youtuber español, Antonio García Villarán que hace referencia a todo aquello que no es arte, pero que la sociedad trata de vendernos como tal.

 

Definiciones: van y vienen. Lo cierto es que hoy la falsificación de obras de artes, es un delito con poca condena penal y de difícil seguimiento. A tono con los nuevos tiempos, muchas veces a los compradores no les interesa el arte, les interesa la firma, el nombre y compran sabiendo que es falsa. Otros, al descubrir alguna obra falsificada adquirida de buena fe, lo dicen, se quedan con ella y convierten el hecho en el detalle que hacen diferente a su colección. Claro que eso también depende de la sangre fría del propietario, de cuánto la pagó o a cuál de los cuatro grupos tipológico, pertenece el coleccionista, según la clasificación de la española, Elisa Hernando, CEO y fundadora de RedCollectors y Arte Global:  apasionados, no exhibicionistas, posesivos y prácticos.

 

Gustavo Perino director de Givoa Art Consulting, empresa dedicada al peritaje de arte técnico científico y una de las más serias en el mundo relacionado con el arte, afirma que las herramientas para combatir la falsificación están disponibles, existen peritos de arte de formación académica que interdisciplinariamente trabajan con historiadores, conservadores, químicos y físicos en la determinación de autoría. Realizar un peritaje en una obra es siempre una inversión, en el caso de resultar positiva, esa obra incorpora un dossier técnico que prueba su autenticidad, sumándose al expediente que esa pieza posea como certificados, catálogos etc. En el caso de resultado negativo, se puede solicitar la devolución del dinero y dar conocimiento a todos los involucrados de que la pieza en cuestión no pertenece al artista que ostenta.

 

Finalmente concluye que los certificados de autenticidad son los que el propio artista emite y que ellos deben ser pasibles de análisis pericial ya que abundan las falsificaciones de estos documentos. Todo lo que no fue emitido por el artista constituye una opinión o parecer técnico de terceros. La garantía estará en la calidad de profesionales que respaldan esas conclusiones. Sea un vendedor, propietario o futuro comprador, es posible asesorarse con profesionales independientes que puedan determinar autenticidad manteniendo la neutralidad, “es importante investigar un poco las credenciales académicas de los profesionales que serán contratados” recuerda.

 

Link en español: https://revistabecult.com.ar/esta-obra-es-falsa/